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La esperanza es lo último que se pierde

Amigos

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El árbol (*)

Había una vez un árbol enorme, hermoso, querido por todo el mundo pero sobretodo por los niños que trepaban a sus ramas.

Si bien el árbol amaba a la gente, especialmente quería a un niño que aparecía a última hora y siempre le arrancaba unos brotes para hacerse una corona de hojas. El chico se balanceaba con ganas en sus ramas y le contaba al árbol cosas que le pasaban en casa.

Con el tiempo el niño se volvió adolescente y dejó de visitar al árbol. Y pasó el tiempo hasta que una tarde el árbol lo vió caminando y lo llamó.

El chico le dijo que no tenía tiempo para estupideces, que había descubierto que tenía que trabajar para ganar dinero. El árbol le ofreció sus frutos para que los vendiera, el chico los tomó y se fue sin volver la vista atrás.

Pasaron diez años hasta que volvió a ver al chico, ahora ya un joven adulto. Esta vez tampoco le hizo mucho caso al árbol aduciendo que ya tenía algo de dinero pero ahora andaba pensando en que debía hacerse una casa. El árbol le cedió sus ramas, que rápidamente fueron cortadas. El joven se marchó como la última vez.

Con el tronco desnudo el árbol se fue secando. Era demasiado viejo para tener ramas y hojas que lo alimentaran nuevamente. Quizá por eso, porque ya era viejo cuando vió venir a su antiguo amigo, le dijo solamente

- ¿Qué necesitas esta vez?

- Viajar. Pero tú no puedes hacer nada, ya no tienes ni ramas ni frutos.

El árbol le ofreció su tronco para hacerse una canoa. El hombre volvió con un hacha, taló el tronco, hizo su canoa y se fue.

Del viejo árbol quedó sólo el tocón a ras de suelo.

Se dice que espera el regreso de su amigo para que le cuente de su viaje. Nunca se dió cuenta que ya no volvería. El niño creció y se volvió un hombre de los que nunca vuelven a donde no hay más nada que tomar.

Este cuento, muy resumido, que tiene cientos de años, define dos formas distintas de amor y/o amistad (y habla de sus límites y libertades). Uno, el que está dispuesto a dar y otro, el manipulador, el posesivo, el enfermizo. Ninguno de los dos es sano en sí mismo. El primero porque queda como el árbol, en un tocón seco. El segundo porque no se da cuenta que el mayor valor de que alguien aparezca es simplemente el hecho de que podría haber elegido no hacerlo.

El árbol sano habría elegido no dar más. El que aprende como funciona el amor hacia otros, que ha aprenido a amar, no depende pero tampoco permite que otros dependan de ellos. Sabe que, en cualquier lado de la cadena, tanto el amo como el esclavo son víctimas de la esclavitud y la rechazan de plano.

El que ama en libertad siempre será acusado por otros que transitan en espacios dependientes de ser soberbio, cruel o agresivo en medio del reproche por ser antisocial.

(*)extraído de un texto publicado por Jorge Bucay

 

Hay personas, que se llaman a sí mismos amigos, que sólo quieren obtener algo de tí y los hay que esperan que se lo des porque sí. El error, en ambos casos, está en dárselo. Puedes acabar como el árbol si no te das cuenta a tiempo.

Dedicado a amig@s que nunca supieron serlo. Que aún esperan sacar algo del árbol.

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