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La esperanza es lo último que se pierde

Badaboum !!!

Badaboum !!!

Esto me lo acaba de enviar un buen amigo que, como bien dice él, invita al pesimismo (optimismo bien informado).

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The Wall Street Journal, que muchos consideran el diario económico de referencia del neoliberalismo y un referente también del neoconservadurismo norteamericano, parece estar experimentando en los últimos tiempos una cierta apertura hacia posiciones que hasta hace poco solo tenía en cuenta como objeto de burla. Las referencias a los límites en la producción de petróleo y los apuntes sobre modos de vida alternativos son dos ejemplos cercanos.

Hoy presentamos la traducción de un artículo, “New Limits to Growth Revive Malthusian Fears”, escrito por Justin Lahart, Patrick Barta y Andrew Batson, y que vuelve a poner en la palestra la vieja discusión sobre los límites del crecimiento. A través de Malthus y el informe “Los límites del crecimiento” del Club de Roma, y con el telón de fondo de la escalada de precios de las materias primas y los temores a un déficit de suministro energético, pero también de agua y tierras de cultivo, el Wall Street Journal presenta un texto menos visceral que en otras ocasiones, más receptivo a ideas que se encuentran en el extremo opuesto de sus posiciones ideológicas.

A pesar de la apertura que supone reconocer siquiera la realidad de los límites al crecimiento económico, la línea ideológica del diario no abandona el texto. Los puntos de vista habituales sobre las cuestiones de los recursos energéticos, la población, y la imposibilidad de negociar el estándar de vida occidental lo sobrevuelan.

Así, empieza recordando que las advertencias de los Casandras siempre han resultado equivocadas, argumento que podría resultar útil en una sala de juicios, pero que resulta infantil en una discusión que debería estar vedada a la falacia.

Sin embargo, se reconocen los “limites en los recursos”, que “son más evidentes que nunca” en la escalada de precios de las materias primas más importantes. Tanta clarividencia parece más que justificada por una evidencia incontestable: el aumento de la población, y especialmente la llegada de 2.400 millones de nuevos aspirantes a la clase media en China e India.

Vale la pena detenerse en este aspecto, auténtico tabú donde los haya para el habitante de los países desarrollados. Las cifras demográficas, por sí solas, poco nos dicen sobre los límites del planeta. Para tener una visión de conjunto sería necesario añadir datos del consumo per cápita de las diferentes regiones. Así sería mucho más fácil comprobar que la reducción de la población es tantas veces más efectiva en los países desarrollados como estos multipliquen las cifras de consumo per cápita de los países subdesarrollados, y a pesar de eso, acusados de superpoblar el planeta. Resumiendo, si un europeo consume en promedio de vatios per cápita 2,7 veces lo que un chino (o 5,7 veces en el caso de un norteamericano), o 8 y 16 veces más respectivamente en el caso de compararnos con un indio, ¿quién es aquí una mayor carga para el planeta?

Como bien dice el artículo, del crecimiento poblacional y de las aspiraciones materiales del mundo en desarrollo resulta que “la demanda de recursos se ha disparado” y que “algunos de los recursos más demandados no tienen sustitutos”, como el agua y la tierra de cultivo.

Preguntando a los expertos, el WSJ apunta algunas de las respuestas. “El mundo no puede sostener este nivel de crecimiento sin nuevas tecnologías”, afirma Jeffrey Sachs. “La inteligencia compensará el consumo extra de recursos”, dice Bjorn Lomborg, el estadístico danés que en el año 2001 escribió “El Ecologista Escéptico”, un libro que desmentía las visiones pesimistas sobre el estado de los recursos naturales y la sostenibilidad en la Tierra y que dedicaba, el dato es importante, nada menos que la friolera de 17 páginas de las 540 que tiene el libro a los recursos energéticos. Dato que por sí solo nos evita siquiera entrar a discutir las muestras de deshonestidad intelectual que pueblan esa obra.

A modo de narrativa de la transformación, siempre ejemplarizante, el WSJ cita al Nobel de economía Joseph Stiglitz. 30 años atrás, cuando era un joven economista que no veía problemas de agotamiento de recursos y ahora, cuando lamenta que será realmente difícil hacer que “la gente que ha tenido algo gratis empiece a pagar por ello”. Imaginamos que a Stiglitz se le ha pasado por alto que recursos renovables como el agua solo son escasos cuando se abusa de ellos y que para la mayoría de futuros e insospechados clientes de los recursos básicos, pagar por ellos es simplemente inconcebible en una economía de pura subsistencia. En lo que sí da en el clavo Stiglitz, y ahí está el auténtico motivo de pánico para quien ve como “innegociable” su estilo de vida, es en la constatación de que “si nuestros patrones de vida, nuestros patrones de consumo son imitados, como otros están esforzándose en conseguir, probablemente el mundo no será viable.”

Si una situación se ve como inviable, pero al mismo tiempo nos negamos a contemplar ciertas soluciones (el abandono de ese patrón de vida insostenible, por ejemplo), ¿qué es lo que queda? Los autores ven un peligro en que los gobiernos decidan no cooperar y apuesten por la apropiación directa de los recursos. Sin duda el hecho de ser estadounidenses les hace más conscientes que ciudadanos de otros países de ese peligro. Históricamente, los gobiernos estadounidenses han determinado su política exterior según la geografía de los recursos naturales, e incluso la han bautizado con el nombre del presidente que se atrevió a explicitarla, después de fracasar estrepitosamente en su llamada a la moderación del consumo energético en su propio país: la doctrina Carter.

Sin embargo, con tantas anécdotas por explicar del propio país, se quedan con los ejemplos, nuevamente, de China e India, y apenas apuntan que todas las potencias cortejan el favor de los países ricos en gas natural del Caspio.

Otro de los cálculos que provoca el sudor frío a los planificadores tiene que ver con el número de vehículos per cápita en China e India, y cómo, si estos países llegasen a las mismas tasas de propiedad de vehículos que en occidente, doblaríamos rápidamente el número de coches en el mundo. Es en ese momento donde los autores se permiten recordar que los EE.UU., con cuatro veces menos la población de China, consume 2,6 veces más petróleo que China, para seguidamente dar paso al director ejecutivo de ConocoPhillips y a sus dudas de que vayamos a sobrepasar los 100 millones de barriles de petróleo de suministro diario.

Aunque la califica como “Sed global”, a juzgar por los ejemplos citados, cabría hablar en su lugar de “sed oriental”. De nuevo se ejemplifican los límites a los recursos con historias situadas en China e India, y sus poblaciones con problemas para conseguir el agua necesaria para la irrigación y el agua de boca, y no se mencionan los usos suntuarios que en occidente consideramos un derecho, desde el funcionamiento de los parques acuáticos pasando por los campos de golf o el preceptivo baño de burbujas.

Y algo parecido sucede con los alimentos: China necesita comida, y ni siquiera llega al nivel de consumo de cerdo per cápita de Taiwán. De pasada, y al final del párrafo, se menciona que para llegar al nivel de Taiwán, China necesitaría aumentar su consumo anual en 5.000 toneladas, que es justo la cantidad de cerdo que comen los estadounidenses “en seis o siete meses”.

Acercándonos al final del artículo, la parte reservada habitualmente a las soluciones, se nos deja claro que las soluciones que antes habían funcionado, aumentos de la eficiencia y búsqueda de nuevas fuentes de recursos en el exterior, no van a servir ya, cuando el problema es planetario y no regional. Ante la espada del crecimiento de la demanda y la pared de la finitud de los recursos surge de nuevo el hada madrina de la tecnología. Nueva, por supuesto, como si las reglas tecnológicas, a las que supongo en última instancia físicas, se pudiesen reinventar a voluntad. Sin más detalles, “avances en agricultura, desalinización y la producción limpia de energía”.

Pero parece haber poco entusiasmo en las propuestas del WSJ. Ni siquiera mencionan el típico mantra neoliberal, “no necesitamos recursos naturales, sino más capital y mano de obra y dejar trabajar la mano invisible del mercado”, verdadera religión de los estados modernos, por muy laicos que se crean.
De nuevo habla Stiglitz, advirtiendo de que habrá que hacer nuevos agujeros al cinturón: “los consumidores tendrán que, en algún momento, cambiar su comportamiento incluso más de lo que lo hicieron después de los choques petroleros de los 70”. Incluso se permite una crítica al modelo de desarrollo, basado en el crecimiento del consumo de recursos: “las definiciones tradicionales y las medidas de progreso económico del mundo, basadas en producir y consumir cada vez más, deberían ser repensadas”.

Bienvenido al mundo real, Sr. Stiglitz.

Se despide el artículo con su interpretación de la “verdadera lección de Malthus”: “la preservación de la vida humana requiere análisis y después acción decidida”. Quizás la traducción de “tough”, es decir, fuerte, dura, por “decidida” ha sido demasiado benevolente. Posiblemente no quería siquiera pensar en las posibilidades que un “análisis” de la situación y la posterior “acción dura” podrían traernos, especialmente si parten de un sector reacio a reconocer límites en su voracidad por los recursos.

Pero, ¿qué otra cosa cabe pensar cuando se da más importancia al crecimiento del consumo de los que apenas tienen nada, mientras se esconde que los auténticos superpobladores de la Tierra son los responsables del saqueo generalizado y sin fronteras del planeta?

¿Dónde está el peligro entonces? ¿En el ansía de ser clase media de 2.400 millones de personas o en la cerrazón a reconocer que hay 1.000 millones que vivimos muy por encima de lo que el planeta puede soportar, incluso si fuésemos los únicos habitantes del planeta?

The Wall Street Journal:

Nuevos límites al crecimiento reviven los miedos malthusianos.

La extensión de la prosperidad trae temores en los suministros; satisfaciendo la sed china.

Por Justin Lahart, Patrick Barta y Andrew Batson.

Marzo 24, 2008.


Ahora y entonces a través de los siglos, voces poderosas han advertido que la actividad humana sobrepasaría los recursos de la Tierra. Los Casandras siempre se han equivocado. Cada vez, había nuevos recursos que descubrir, nuevas tecnologías que impulsarían el crecimiento.

Hoy esos temores han vuelto.

Aunque la catástrofe malthusiana no está cerca, los límites en los recursos previstos por el Club de Roma son más evidentes hoy que nunca desde la publicación en 1972 del famoso libro del “think tank”, “Los límites del crecimiento”. Continuos incrementos en los precios del petróleo, el trigo, el cobre y otras materias primas, algunas de las cuales han batido récords este mes, son signos de un cambio duradero en la demanda que hasta ahora no ha sido respondido con un aumento en los suministros.

A medida que la población mundial aumenta, las Naciones Unidas proyectan ocho mil millones de habitantes para 2025, cuando hoy son seis mil seiscientos millones, también se vuelve más prospera. Una persona normal consume hoy más comida, agua, metal y electricidad. Cada vez más de entre los mil trescientos millones de chinos y los mil cien millones de indios están llegando a la clase media, adoptando dietas ricas en proteínas, transporte alimentado con gasolina y los aparatos eléctricos de los que disfrutan las naciones desarrolladas.

El resultado es que la demanda de recursos se ha disparado. Si los suministros no siguen el ritmo, es probable que los precios suban más, el crecimiento económico tanto en las naciones ricas como las pobres podría resentirse, y podrían darse conflictos violentos.

Algunos de los recursos más demandados no tienen sustitutos. En el s XVIII, Inglaterra respondió a la disminución de los recursos forestales cambiando al abundante carbón. Pero no hay sustitutos para la tierra de cultivo y el agua.

La necesidad de limitar el calentamiento global limita la utilidad de algunos recursos, por ejemplo el carbón, que emite gases de efecto invernadero que la mayoría de científicos afirma que contribuyen al cambio climático. La creciente demanda de alimentos tensiona las existencias de tierras de cultivo y agua.
“Vivimos en una era en la que las tecnologías que han alimentado los altos niveles de vida y la esperanza de vida de 80 años en el mundo rico son ahora para todos”, afirma el economista Jeffrey Sachs, director del Instituto de la Tierra en la Universidad de Columbia, que se centra en el desarrollo sostenible, con énfasis en los pobres del mundo. “Lo que esto significa es que no solamente tenemos una gran cantidad de actividad económica en estos momentos, sino que tenemos un potencial contenido para grandes incrementos (en la actividad económica) también”. El mundo no puede sostener este nivel de crecimiento, afirma, sin nuevas tecnologías.

Los americanos ya están enfrentándose a precios más altos de la energía y los alimentos. Aunque los precios del petróleo han caído en los últimos días, existe un creciente consenso entre los diseñadores de políticas y los ejecutivos de la industria de que este no es simplemente un aumento temporal de los precios. Algunos de estos expertos, aunque no todos, pronostican un aumento a largo plazo en los precios del petróleo y otras materias primas.

Las alarmantes predicciones de hoy podrían ser tan equivocadas como las de antaño.

“Claramente tendremos más y más problemas, a medida que más y más (gente) va a ser más y más rica, consumiendo más cosas”, afirma Bjorn Lomborg, un estadístico danés que sostiene que el problema del calentamiento global está siendo exagerado. “Pero la inteligencia compensará el consumo extra de recursos.”

Algunas limitaciones podrían desaparecer con una mayor cooperación global. Donde algunos países se enfrentan a escasez, otros tienen suministros abundantes de recursos. Nuevas variedades de semillas y mejores técnicas de irrigación podrían abrir regiones áridas al cultivo que hoy solo son aprovechables como pastoreo de subsistencia; desarrollos tecnológicos, como la desalinización barata o maneras eficientes de transmitir electricidad desde áreas ricas en radiación solar o vientos, podrían mejorar las perspectivas.

En el pasado, las fuerzas económicas trajeron soluciones. La escasez de recursos trajo precios más altos, y estos acabaron trayendo ahorro e innovación. El aceite de ballena era una popular fuente de iluminación en el sXIX. Los precios se dispararon a mediados de siglo, y se buscó otras maneras de alimentar las lámparas. En 1846, Abraham Gesner empezó a desarrollar el queroseno, una alternativa más limpia. Al final del siglo, el aceite de ballena costaba menos de lo que costaba en 1831.

Un patrón similar puede suceder hoy. Pero las fuerzas económicas por sí solas podrían no ser capaces de resolver los problemas esta vez. Sociedades tan diferentes como los EE.UU. o China se enfrentan a una fuerte resistencia política al aumento de precios del agua para promover su uso eficiente, especialmente por parte de los agricultores. Cuando los recursos como el agua son compartidos a través de fronteras, establecer un marco de precios puede resultar espinoso. Y en muchas naciones en desarrollo, los programas de subsidio de alimentos hacen que sea menos probable que el aumento de precios provoque el cambio.

Esto preocupa a algunos economistas que solían ser escépticos de las premisas de “Los límites del crecimiento”. Siendo un joven economista, hace 30 años Joseph Stiglitz dijo de manera clara: “No hay una razón convincente para pensar que nos enfrontamos a un problema de agotamiento de recursos a corto o medio plazo.”

Hoy, el premio Nobel está preocupado porque el precio del petróleo es demasiado barato respecto al coste de las emisiones de carbono, y porque recursos claves como el agua a menudo no cuestan nada. “En ausencia de señales del mercado, no hay manera de que el mercado solucione esos problemas”, afirma. “¿Cómo hacemos que la gente que ha tenido algo gratis empiece a pagar por ello? Es realmente difícil. Si nuestros patrones de vida, nuestros patrones de consumo son imitados, como otros están esforzándose en conseguir, probablemente el mundo no será viable.”

Dennis Meadows, uno de los autores de “Los límites del crecimiento”, afirma que el libro fue demasiado optimista en un aspecto. Los autores asumieron que si los humanos dejaban de dañar el medio ambiente, este se recuperaría lentamente. Hoy, afirma, algunos modelos de cambio climático sugieren que una vez que los puntos de no retorno hayan sido alcanzados, la catástrofe medio ambiental será inevitable incluso si “dejamos de dañar el medio ambiente.”

Otro peligro es que los gobiernos, en vez de buscar soluciones globales a los límites de los recursos, se concentren en apropiarse de su parte.
China ha estado invirtiendo en desarrollo en África, una estrategia que funcionarios estadounidenses ven como una manera de ganar acceso a madera, petróleo y otros recursos. India, que había sido una firme defensora del movimiento democrático en la Birmania gobernada por los militares, ha firmado acuerdos comerciales con ese país rico en recursos naturales. Los EE.UU., la Unión Europea, Rusia y China rivalizan por los favores de los países ricos en gas natural en la políticamente inestable Asia Central.

Las competiciones por los recursos pueden tornarse feas. Una sequía récord en el sudeste intensificó la disputa entre Alabama, Georgia y Florida sobre el agua de un depósito federal a las afueras de Atlanta. Una larga lucha sobre los derechos del río Cauvery entre los estados indios de Karnataka y Tamil Nadu condujo a 25 muertes en 1991.

Los economistas Edward Miguel de la Universidad de California en Berkeley y Shanker Satyanath y Ernest Serengti de la Universidad de Nueva York han descubierto que la disminución de las precipitaciones están asociadas con los conflictos civiles en el África subsahariana. Sierra Leone, por ejemplo, que tuvo un fuerte descenso en las precipitaciones en 1990, se sumergió en una guerra civil en 1991.

Un coche para cada hogar
El ascenso de China e India ya ha cambiado la economía global de manera permanente, desde los flujos de capital global a la localización de las manufacturas. Pero siguen siendo sociedades pobres con crecientes apetitos.

Napgur, en la India central, era conocida por ser una de las metrópolis más verde del país. Durante la pasada década, Napgur, ahora convertida en una de las al menos 40 ciudades indias con más de un millón de habitantes, ha crecido de los 1,7 millones de habitantes a los 2,5 millones. Las carreteras locales se han convertido en una maraña de coches haciendo sonar sus bocinas, motocicletas y ganado deambulante bajo una densa sopa de aire enrarecido.
“A veces, si veo algo que me gusta, simplemente lo compro,” afirma Sapan Gajbe, de 32 años, un dentista que está comprando un aparato de aire acondicionado en el centro comercial Big Bazaar de Napgur. Un mes antes, compró su primer coche, un Maruti Zen de 9.000$.

En 2005, en China había 15 coches de pasajeros por cada 1.000 personas, cercanos a los 13 coches por cada 1.000 personas que Japón tenía en 1963. Hoy, Japón tiene 447 coches por cada 1.000 residentes, 57 millones en total. Si China llegase a ese punto, tendría 572 millones de coches, solo 70 millones de coches menos que todos los coches que hay en el mundo.

China consume 7,9 millones de barriles de petróleo al día. Los EE.UU., con menos de un cuarto de población, consume 20,7 millones de barriles. “La demanda aumentará, pero se verá limitada por el suministro,” ha dicho el director ejecutivo de ConocoPhillips James Mulva a los analistas. “No creo que vayamos a ver el suministro por encima de los 100 millones de barriles diarios, y la razón es: ¿de donde va a salir todo eso?”

El economista de Harvard Jeffrey Frankel afirma: “La idea de que tengamos que movernos hacia otras fuentes de energía, uno no tiene que comulgar con el Club de Roma para pensar eso.” El mundo puede ajustarse a una producción de petróleo que disminuye convirtiéndose en más eficiente energéticamente y moviéndose hacia la energía nuclear, eólica y solar, afirma, aunque esas transiciones pueden ser lentas y costosas.

Sed global
No hay sustitutos para el agua, no hay alternativas fáciles al simple ahorro. A pesar de los avances, la desalinización sigue siendo cara y intensiva en energía. En todo el mundo, el precio del agua es a menudo demasiado bajo. Los agricultores, los mayores consumidores, pagan menos que los otros, si es que pagan algo.

En California, los subsidios para agricultores se ha convertido en una fuente de controversia política. Los agricultores chinos reciben el agua casi gratis, y son responsables del 65% del agua consumida en el país.

En Pondhe, un pueblo indio de unos 1.000 habitantes en una desolada meseta al este de Mumbai, el agua no era un problema hasta los años 70, cuando los agricultores empezaron a utilizar bombas de agua alimentadas con gasoil para transportar agua más lejos y más rápido. Los pozos locales solían rebosar en la época del monzón, recuerda Vasantrao Wagle, que ha cultivado el área durante cuatro décadas. Hoy, llegan hasta tres metros de la superficie, y descienden aún más durante la temporada seca. “Incluso si llueve mucho, no tenemos suficiente agua,” afirma.

La reseca China del norte ha estado agotando sus suministros de agua subterránea. En Pekín, el nivel de agua freática ha descendido decenas de metros. En la cercana provincia de Hebei, el gran lago de Bayangdian se ha hecho más pequeño, y sobrevive principalmente porque el gobierno ha desviado agua del río Amarillo.

El cambio climático es probable que intensifique los problemas del agua. Los cambios en los patrones meteorológicos serán percibidos “de manera más fuerte a través de cambios en la distribución de agua alrededor del mundo y su variabilidad estacional y anual,” de acuerdo con el informe sobre calentamiento global para el gobierno británico liderado por Nicholas Stern. La escasez de agua podría ser severa en partes de África, Oriente Medio, sur de Europa, América Latina, según el informe.

Alimentando a los hambrientos
Los agricultores chinos necesitan agua porque China necesita comida. La producción de arroz, trigo y maíz llegó a las 441,4 millones de toneladas en 1998 y no han sobrepasado ese nivel desde entonces. El agua del mar ha entrado en los acuíferos agotados en el norte, amenazando convertir la tierra en desierta. Las apropiaciones ilegales de tierras de cultivo por los desarrolladores se están extendiendo. El año pasado, el gobierno declaró que no permitiría que la tierra cultivable cayese por debajo de las 120 millones de hectáreas, y dijo que reforzaría el cumplimiento de las normas de uso de la tierra.
Las restricciones en la tierra de cultivo están forzando decisiones difíciles. Después de unas desastrosas inundaciones en 1998, China empezó a pagar a algunos agricultores para que abandonasen tierras de cultivo marginales y plantasen árboles. Ese programa “del grano al árbol” tenía como objetivo dar marcha atrás en la deforestación y erosión que exacerbaba las inundaciones. El pasado agosto, el gobierno dejó de expandir el programa, citando la necesidad de tierras de cultivo y los costos.

Un creciente apetito por la carne y otros alimentos ricos en proteínas en el mundo en desarrollo están estimulando la demanda y los precios del pienso. “Hay literalmente cientos de millones de personas… que están haciendo el cambio hacia las proteínas, y la competición mundial por los alimentos es una nueva realidad,”, afirma William Doyle, director ejecutivo de la fábrica de fertilizantes Potash Corp. de Saskatchewan.

Se necesitan casi cuatro kilos y medio de grano para producir cuatro kilos y medio de cerdo, el alimento de primera necesidad en China, y más del doble para producir una cuatro kilos y medio de ternera, según Vaclav Smil, un geógrafo de la Universidad de Manitoba que estudia los alimentos, la energía y las tendencias medioambientales. El número de calorías en la dieta china procedentes de la carne y otros productos animales se ha más que doblado desde 1990, según la Organización para la Agricultura y la Alimentación de las Naciones Unidas. Pero China aún va por detrás de Taiwán en lo que respecta al consumo de cerdo per cápita. Llegar al nivel de Taiwán incrementaría el consumo anual chino de cerdo en 5.000 toneladas, tanto cerdo como comen los americanos en seis o siete meses.

Buscando soluciones
Las advertencias del Club de Roma de 1972, una organización no gubernamental que tiene ahora su sede en Hamburgo y que reúne a académicos, ejecutivos de empresas, funcionarios y políticos para ocuparse de un amplio rango de asuntos globales, tocaron una fibra sensible al llegar al mismo tiempo que los precios del petróleo aumentaban fuertemente. La producción en los Estados Unidos continentales había llegado a su punto máximo, creando el temor de que la demanda energética había superado al suministro. Con el tiempo, América se convirtió en más eficiente energéticamente, la producción exterior aumentó y los precios descendieron.

La dinámica hoy parece diferente. Hasta ahora, la industria petrolera no ha encontrado nuevas fuentes de crudo. Sin grandes descubrimientos, es probable que los precios sigan subiendo, a menos que los consumidores economicen. Los impuestos son una forma de contener sus apetitos. En Europa occidental y Japón, por ejemplo, donde los impuestos de la gasolina son más altos que en los EE.UU., el consumo per cápita es mucho menor.

La nueva tecnología podría ayudar a reducir la escasez de recursos. Avances en agricultura, desalinización y la producción limpia de energía, entre otras cosas, ayudaría.

Pero el Sr. Stiglitz, el economista, es de la opinión que los consumidores tendrán que, en algún momento, cambiar su comportamiento incluso más de lo que lo hicieron después de los choques petroleros de los 70. Afirma que las definiciones tradicionales y las medidas de progreso económico del mundo, basadas en producir y consumir cada vez más, deberían ser repensadas.

En el pasado, los EE.UU., Europa y Japón han demostrado que pueden ajustarse a las restricciones en los recursos. Pero la historia está llena de ejemplos de sociedades que se cree han sufrido crisis malthusianas: los Mayas de América central, los Anasazi del sudoeste de los Estados Unidos y los habitantes de la Isla de Pascua.

Por supuesto, esas sociedades no tenían la ciencia y la tecnología moderna. Aún, su incapacidad de sobreponerse a los desafíos de los recursos demuestra los peligros de pensar alegremente que las cosas se solucionarán, afirma el economista James Brander de la Universidad de la Columbia Británica, que ha estudiado la Isla de Pascua.

“Necesitamos mirar seriamente las cifras y decir: miren, dado lo que estamos consumiendo hoy, dado lo que sabemos acerca de los incentivos económicos, dado lo que sabemos acerca de las señales de los precios, ¿qué es lo realmente plausible?” afirma el Sr. Brander.

Por supuesto, la verdadera lección de Tomas Malthus, un economista inglés que murió en 1834, no es que el mundo está condenado, sino que la preservación de la vida humana requiere análisis y después acción decidida. Dada la historia de Inglaterra, con sus plagas y hambrunas, Malthus tenía buenos motivos para preguntarse si la sociedad estaba “condenada a una perpetua oscilación entre la felicidad y la miseria.” Que fuese capaz de analizar esa “perpetua oscilación” lo puso a él y a su tiempo en un lugar a parte del pasado de Inglaterra. Y esa capacidad para entender y responder significó que el mundo se convirtió después en menos malthusiano.

 

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