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La esperanza es lo último que se pierde

Curas rojos, oh sieloss

Curas rojos, oh sieloss

El sacerdote Javier Baeza saluda a los feligreses, ayer, a la salida de la iglesia de San Carlos Borromeo

La parroquia rebelde de Madrid celebra una misa fuera de la ley

Unas 300 personas se congregan para criticar la clausura decretada por Rouco
"Ningún poder puede destruirnos si estamos juntos", dice uno de los sacerdotes

La misa de ayer en San Carlos Borromeo, la parroquia de Vallecas que el arzobispado de Madrid ha ordenado cerrar porque ni su liturgia ni su catequesis se ajustan a las estrictas directrices de la jerarquía eclesiástica, congregó a tantas personas que uno de los sacerdotes del templo, Enrique de Castro, conocido como el cura rojo por su acreditada militancia antifranquista, tuvo que pedir a los afortunados asistentes que se hicieron con un puesto en los bancos de madera que, por favor, no intentaran levantarse durante el padrenuestro porque iban a aplastar a los feligreses que estaban de pie.
Se celebraba ese domingo en el que, según la tradición católica, Jesús resucitó, se encontró con los apóstoles y después subió al cielo, así que, en un momento en el que Antonio María Rouco Varela, el arzobispo madrileño, ha dicho basta a los curas que aquí ofician misa en ropa de calle, de Castro, con pantalón, camisa y jersey, tenía un nítido mensaje que ofrecer a su comunidad. Fue este: "El grito más revolucionario es la resurrección. Ningún poder puede destruirnos si estamos juntos". Unos 300 pares de oídos escucharon la buena nueva del sacerdote y, teniendo en cuenta los aplausos que siguieron a su intervención, también la compartieron.

MUSULMANES Y ATEOS
En la iglesia había de todo: señoras arregladas, jóvenes de estética punk, señores en traje de domingo, seguidores del heavy metal cubiertos por camisetas con dibujos satánicos, integrantes de ese amplio movimiento que suele responder al nombre de "cristianismo de base", agnósticos, actores como El Gran Wyoming, ateos e incluso musulmanes. Najib Hilal, nacido hace 28 años en Casablanca, no se santiguó cuando había que hacerlo, tampoco tocó el pan de hogaza que la parroquia dio en lugar de las preceptivas hostias y mucho menos se mojó los labios con el vino, pero estuvo allí, apoyando a los curas que, según dijo, le llevan ofreciendo casa y comida desde que llegó a este popular barrio madrileño tres años atrás. En San Carlos Borromeo hay 180 inmigrantes empadronados.
Todo ayer en la parroquia, conocida por su labor de asistencia a los marginados, tenía un extraño aire de resistencia y despedida. Una especie de "puede que el arzobispo que ha decretado que las instalaciones se destinen a un centro dirigido por Cáritas nos eche de aquí, pero no se lo pondremos fácil". Después de entonar Si se calla el cantor, ese himno a la lucha contra la opresión --"qué ha de ser de la vida si el que canta no levanta su voz en las tribunas por el que sufre", dice la letra--, algunos de los asistentes tomaron la palabra. "Aquí he aprendido que resucitar es caerte, levantarte y ayudar. Quería dar las gracias por la acogida que tuve aquí", dijo entre lágrimas Carmen Díaz, de la asociación Madres contra la Droga. "Gracias por enseñarme a comulgar de forma tan sencilla y a no tragar las ruedas de molino que llegan desde el arzobispado", señaló otra mujer.
La ceremonia terminó con un largo, cálido y triste aplauso. Cuando los curas de San Carlos Borromeo --De Castro, Javier Baeza y Pepe Díaz-- salieron de la iglesia, las decenas de personas que les esperaban porque no habían podido entrar gritaron "¡esto nos pasa por un arzobispo facha!", mientras una joven pedía ayuda señalando una hucha de cartón a la que llamaba "caja de resistencia". Y en la azotea del templo, algunos parroquianos cantaban el "no, no, no nos moverán".

Creo que es una de las pocas veces en mi vida (Casaldàligas aparte) que estoy del lado de un cura. Que no es lo mismo que estarlo de la iglesia. Nooorl, pecadorl, eso sí que noorl.

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